Con alegría hay que recibir la noticia de que la Academia está añadiendo buen número de nuevos artículos a su Diccionario histórico.
Tal obra es, sin duda, la más importante de las que debe acometer la RAE, y ello porque pretende recoger todos los vocablos de nuestro idioma, precisando las fechas y los textos en que se hallan por primera vez.
La utilidad de tal diccionario será inmensa: en el usual faltan infinitas voces que se oyen con cierta frecuencia (como las que yo pongo en esta humilde ciberpágina). Para colmo de males, muchos de esos vocablos se han considerado galicismos, anglicismos o barbarismos, aunque no lo son; por manera que, una vez terminado el Diccionario histórico, gran parte de las dudas relativas al uso correcto de la lengua desaparecerá.
Ya lo decía el prólogo de aquel otro que se comenzó en 1933 y que, a causa de la guerra civil española, no pudo terminarse:
«… permite a esta corporación justificar ante los millones de personas que en ambos mundos hablan nuestra hermosa lengua el acogimiento de copiosísimo número de vocablos y acepciones que se han ido agregando al Diccionario vulgar desde sus primeras ediciones hasta ahora, y cuya aceptación ha sido a veces discutida por quienes, sin tener a la vista los testimonios de que en abundancia dispone la Academia, no podían juzgar con cabal conocimiento de causa».
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