Hace unos meses, en febrero de este año, ganó fama un adjetivo en toda la red: el adjetivo petaloso, que significa 'lleno de pétalos', ya que, como se echa de ver, deriva de pétalo.
Dicha voz era un neologismo de la lengua italiana (en la que pétalo se dice de la misma manera que en español, aunque se escribe sin tilde), que acababa de inventar, en la escuela, un niño de ocho años. La profesora envió el vocablo a la Academia de la Crusca –que, desde 1583, es la encargada de velar por el idioma nacional- y esta respondió que estaba bien formado conforme al genio de la lengua italiana.
Si va a decir verdad, el que el neologismo hubiera sido forjado por un niño parece ser la única razón del buen éxito que ha tenido petaloso, aunque también podría traer causa de la autoridad de que goza en Italia la Academia de la Crusca y la atención que se presta allí a sus decisiones; porque, si atentamente lo consideramos, el adjetivo en sí no tiene nada de extraordinario ni para el italiano ni para el español, lenguas que, por descender de la latina, son de similar índole.
Así, vemos que, en nuestro castellano, de muchos sustantivos terminados en –o se derivan adjetivos en –oso: de aparato, aparatoso; de bulbo, bulboso; de coco, cocoso; de fárrago, farragoso; de lamento, lamentoso; de número, numeroso; de óleo, oleoso; de pantano, pantanoso; de pámpano, pampanoso; de peligro, peligroso… Siguiendo esta regla, nada costaría derivar petaloso de pétalo, comoquiera que los vocablos nuevos obtenidos de otros vocablos españoles por los medios de derivación habituales de nuestro idioma también deben considerarse, con propiedad, españoles.
Con eso y todo, es poco probable que petaloso se asiente en español, ya que, como todas las cosas que rápidamente se ponen de moda, rápidamente también se olvidan; máxime en los tiempos en que vivimos. Por muchos pétalos que tenga el adjetivo, barruntamos que pronto se marchitará.