Con motivo del fracaso de España en Eurovisión, a pesar de llevar la cancioncilla in globish, he leído comentarios sobre el porqué de nuestra cada vez mayor anglomanía: unos lo echan a que, como España es la nación europea donde menos se habla inglés, tratamos de demostrar que tal cosa no es cierta; otros, a que propendemos a relacionar nuestro idioma con el aislamiento internacional que padecimos en lo pasado.
La primera razón no parece acertada. Yo recuerdo que, desde niño, a los de mi generación, tanto nuestros padres como nuestros profesores, a todas horas, insistían en la importancia de saber idiomas (entonces se hablaba de <<idiomas>>, en general); y, en la universidad, a no pocos de mis compañeros veía con libros de las academias de idiomas: de inglés y francés, alemán e italiano. También conocí a buen número que estuvieron, gracias al Erasmus, en Francia, Alemania y Gran Bretaña.
Por otra parte, si tan mal habláramos inglés, no se habrían ido tantos compatriotas nuestros con título universitario fuera a buscar trabajo, habida consideración que tal emigración comenzó tiempo antes de la mala situación económica actual: cuando en España el tener carrera dejó de ser un mérito para convertirse en una cosa más. Me sorprende que esto a veces se olvide, de la misma manera que se olvida el que en otras naciones tener carrera universitaria es rara ave y la gente suele ponerse a trabajar al acabar el bachillerato.
Pero, por si lo anterior fuera poco, conviene tener presente que no solo de España se dice que es el Estado en que menos se habla inglés; también de Francia. Hace cuatro años, precisamente, oí a uno que había estado allí cómo contaba que, al tratar de entenderse en inglés con la gente, muchos no lo comprendían (dijo que <<hasta la gente joven>> dominaba mal el inglés).
Lo segundo, lo de que relacionamos nuestra lengua con el aislamiento pudiera haber tenido sentido hace decenios, pero hoy no: España dejó de estar aislada internacionalmente hace cuarenta años porque hace cuarenta años que acabó la Dictadura… y lo que es más, ya antes se había comenzado la apertura a lo exterior: cuando Estados Unidos, en atención a que su gran enemigo era la URSS, pasó a considerarnos como un aliado. En aquella época, nuestra nación entró en la ONU (en la que, por cierto, no solo el inglés es lengua oficial; sino también el español, el chino, el francés, el ruso y, más recientemente, el árabe). Tras la restauración democrática, España se ha hecho miembro de la Comunidad Económica Europea (ahora llamada Unión Europea) y ha firmado infinitos tratados y convenios, hasta el punto de que los profesores José Carlos Fernández Rozas y Sixto Sánchez Lorenzo, en su Manual de Derecho internacional privado dicen que es raro hallar un Estado que haya firmado tantos tratados sobre la materia como el nuestro.
Las verdaderas razones de la anglomanía de los nuestros, como han afirmado algunos de la Real Academia Española, justamente, con motivo de lo de Eurovisión, son de otra naturaleza: sentimiento de inferioridad y papanatismo. Si seguimos viéndonos aislados, a pesar del tiempo que ha pasado y de lo mucho que ha progresado nuestra patria, ello no trae causa de que sigamos aislados.
Y lo más gracioso es que el atribuir esta manía al aislamiento y al afán de apertura a lo exterior se torna absurdo si volvemos de nuevo los ojos a Francia, donde, a pesar de la ley de Toubon y las varias asociaciones de defensa de su lengua, cada vez hay más y más anglomaníacos; y ello, a buen seguro, no será porque allí estuviera mandando hasta hace poco Philippe Pétain.
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