En los tiempos actuales, la gente muda los nombres de las cosas, quizás, porque cree que, con tal mudanza, la cosa misma también se transformará.
La importancia que a veces se da a forjar nuevas maneras de designar lo que ya hay trae a la memoria aquellos versos de Borges:
<<Si (como afirma el griego en el Cratilo)/ el nombre es arquetipo de la cosa,/ en las letras de rosa está la rosa/ y todo el Nilo en la palabra Nilo>>.
Pero no es éste el caso del Diccionario de la Real Academia Española (DRAE), al que se quiere llamar Diccionario de la lengua española (DILE); y no lo es porque el nombre oficial de tal libro nunca ha sido el primero, sino el segundo.
Es verdad que todo el mundo dice Diccionario de la Real Academia o Diccionario de la Academia y que, cuando uno pone las siglas DRAE en un buscador de la Red, el buscador lo manda al dicho diccionario, en la página electrónica de la corporación; pero si miramos el título que aquel lleva oficialmente desde su primera edición, allá por el siglo XVIII, comprobamos que no es otro que Diccionario de la lengua castellana y, desde el siglo XX, Diccionario de la lengua española. Eso sí, siempre ha añadido que su autora era la Real Academia correspondiente. Por tal manera, comoquiera que lengua castellana y lengua española son lo mismo o casi lo mismo (y ello porque el castellano es la lengua general de España), el nombre que se le da ahora no es otro que el suyo propio. El llamarlo de la otra forma quizás trae causa de que sus modelos, los diccionarios italiano y francés, sí que se titulaban Vocabolario degli accademici della Crusca y Dictionnaire de l'Académie françoise, respectivamente.
Pero, si bien se considera, en el caso del DRAE -o DILE- el nombre es lo de menos. Lo más importante es el contenido, esto es, los vocablos, que son los que constituyen la lengua castellana o española. Como acertadamente decía Alfaro, siguiendo a Cuervo, las palabras no son castellanas por estar en el Diccionario; sino que están en el Diccionario porque son castellanas.
Y, por otra parte, el que se conozca un diccionario con el nombre de su autor –sea este persona física o jurídica- nada tiene de raro, máxime en el caso de la Real Academia Española, que, según sus propios estatutos, desde que fue creada, es la encargada de limpiar, fijar y dar esplendor a nuestro idioma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario