lunes, 18 de julio de 2016

DEFENSA DEL IDIOMA (I)

LO QUE SE NECESITA PARA DEFENDER LA LENGUA ESPAÑOLA



Defendamos la lengua española a capa y espada, como si fuéramos el Cid



     Lo más importante es tener ganas de defenderla, algo que, tradicionalmente, ha faltado en nuestros políticos. Basta ver cómo hemos celebrado –o, por mejor decir, cómo no hemos celebrado- el cuarto centenario de la muerte de Cervantes (a diferencia de los ingleses con el de Shakespeare, que ha sido por todo lo alto). 

    También faltan las ganas en nuestros conciudadanos, quienes, sobre todo, en el último quindenio, han dado en que lo de la protección del español es asunto que ni les va ni les viene. Para ello es imprescindible que en nuestra patria se constituya una asociación, como las que hay en Francia y Alemania, cuyo único fin sea velar por la lengua y que junte a muchas personas, sin atender a la ideología política de estas ni a sus creencias religiosas. Ni que decir tiene que, si se logra unir a gran número de gente, los políticos –a los que solamente les interesan los votos- también sentirán ganas de defender el español. 

     Por otra parte, también es necesario que las dichas ganas no se queden solo en meras declaraciones altisonantes o en congresos y debates; sino que se conviertan en normas jurídicas y, sobre todo, en planes que favorezcan el buen uso del idioma en los medios de comunicación y en los centros de enseñanza. Para ello es imprescindible una ley como la de Toubon, que asegure la preeminencia en España del castellano o español –y, en su caso, también de las lenguas regionales-. Tal ley y sus reglamentos habrán de disponer lo necesario para sustituir las voces extranjeras que hoy en día nos invaden por neologismos bien formados; asimismo habrán de asegurar la difusión de tales neologismos para que la gente los conozca y los emplee.
    También habrán de asegurar que el idioma español y las lenguas regionales sean las que mayormente se empleen en los centros públicos de enseñanza y en aquellos que reciben dinero del erario, con el fin de evitar la insoportable anglicanización de las escuelas y universidades que, de un tiempo a esta parte, padecemos. 

     Es lo que toca a la educación lo más importante y lo que con más detenimiento se habrá de analizar; pero ganaríamos mucho con sólo favorecer que en las asignaturas de lengua y literatura se discutiera sobre los extranjerismos, errores y nuevos vocablos (principalmente, sobre estos últimos y sobre si se ajustan en su formación a la índole del idioma o no) de suerte que así se conseguiría que los alumnos aprendieran, de manera razonada, a hablar bien toda su vida.



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