Este fin de semana he salido a pasear por las principales calles de la capital de la provincia –que, a la par, lo es de la comunidad autónoma- en que me hallo actualmente destinado y, por unas horas, creí que había vuelto atrás en el tiempo.
Acabada la campaña electoral a finales de junio, comenzaron en julio las rebajas de verano, las cuales, en el fondo, no se distinguen gran cosa de las promesas de los políticos; bien que, muchas veces, en las rebajas uno, por lo menos, conoce lo que compra. Barruntaba que, como en esta tierra, los que gobiernan no ocultan su anglofilia, hallaría los escaparates de las tiendas con el fastidioso sale o, lo que es peor –como he visto en otras comunidades autónomas-, con largas frases en inglés cuyo significado ni siquiera deben de imaginar los que las ponen; pero no fue así. Erré.
Comprobé que, en casi todos los escaparates del centro de la ciudad, los letreros, ya fueran grandes o pequeños, estaban en español; aun los de tiendas con nombre anglosajón o francés –recordemos que, en lo tocante a la moda, todavía el francés vende, excepto en las Galias-. En la mayor parte, la palabra que más se repetía era <<rebajas>>; otros habían escrito <<todo a la mitad>>; otros, escuetamente, solo <<50%>> o <<20%>>; otros, que parece que no hacían rebajas, decían <<ofertas especiales>>; otro ponía <<rebajas>> en varios idiomas. Solamente topé con tres escaparates en que se leía el anglicismo sale sin traducción alguna al español -y solo uno de ellos era de enorme tamaño-; en otro establecimiento, un cartel decía <<rebajas>> y, debajo, con letra pequeña, <<spring/summer 2016>>; en otro había varios rótulos que tenían escrito <<20% off>>, aunque, a continuación, se explicaba, en español, lo que abarcaba la dicha rebaja del veinte por ciento. Hasta en una pastelería, en cuyo escaparate había varias tartas, sólo una –una- ponía <<happy birthday>>; las demás llevaban, en español, <<feliz cumpleaños>> o <<felicidades>>.
Por eso, por un rato, creí que había vuelto a la España de hace quince años, cuando se estudiaba inglés, pero no se pretendía que acabara sustituyendo al español en las escuelas y la Universidad ni, mucho menos, en el ámbito familiar (pues ya algunos hasta propugnan que a los niños se les pongan en inglés los programas de la televisión y también que uno de los padres les hable siempre en dicho idioma). Pronto, sin embargo, caigo en la cuenta –por parodiar el celebérrimo cuento breve de Augusto Monterroso- de que <<el dinosaurio todavía está ahí>>; caigo en la cuenta de que no he retrocedido en el tiempo y que la anglicanización, imparable, sigue; pero que lo que ocurre es que quienes suelen comprar las cosas en estas ocasiones son mayores de cincuenta años, de suerte que, para ellos, sale es la tercera persona del singular del presente de indicativo del verbo salir (como para un francés que no entendiera la lengua de Shakespeare, sale solo sería sucio, impuro, deshonesto).
Por eso, por un rato, creí que había vuelto a la España de hace quince años, cuando se estudiaba inglés, pero no se pretendía que acabara sustituyendo al español en las escuelas y la Universidad ni, mucho menos, en el ámbito familiar (pues ya algunos hasta propugnan que a los niños se les pongan en inglés los programas de la televisión y también que uno de los padres les hable siempre en dicho idioma). Pronto, sin embargo, caigo en la cuenta –por parodiar el celebérrimo cuento breve de Augusto Monterroso- de que <<el dinosaurio todavía está ahí>>; caigo en la cuenta de que no he retrocedido en el tiempo y que la anglicanización, imparable, sigue; pero que lo que ocurre es que quienes suelen comprar las cosas en estas ocasiones son mayores de cincuenta años, de suerte que, para ellos, sale es la tercera persona del singular del presente de indicativo del verbo salir (como para un francés que no entendiera la lengua de Shakespeare, sale solo sería sucio, impuro, deshonesto).
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