El día 23 de junio, los ciudadanos del Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte –nombre oficial de aquella nación- decidieron dejar la Unión Europea. Por un puñado de votos ganó el <<sí>> al brexit, acrónimo de Britain (Gran Bretaña) o British (británico) y exit (salida), que nos han hecho aprender de memoria los medios de comunicación -y que, como se echa de ver, debería traducirse por <<salida de Gran Bretaña de la Unión Europea>> o, más brevemente, por <<salida británica de la Unión Europea>>-.
Todo el mundo habla de las consecuencias económicas de la dicha salida; pero yo me hago una pregunta de distinta naturaleza y que nadie debe de hacerse en nuestra patria (aunque, quizá, sí en Francia y Alemania): ¿se alterará algo, en materia lingüística, la Unión Europea tras la salida de Gran Bretaña?
En esta peculiar confederación que es la UE, en el último decenio, el plurilingüismo ha ido decayendo en beneficio del uso casi único del idioma anglosajón. Claro está que es imposible tratar de la misma manera a todas las lenguas del continente -que sería lo ideal-, pero, por lo menos, sí que se podría favorecer a las más importantes. Hace, aproximadamente, quince años, el español, junto con el francés y el inglés, se empleaba en muchos trabajos cotidianos –por así llamarlos- de la Unión; después, nos quitaron el español y pusieron el alemán; y, actualmente, cada vez se oye menos alemán y francés y más, más y más inglés. El idioma de Luis XIV, a trancas y barrancas, resiste; pero por lo muchísimo que pelean –y pagan- los franceses para ello .
Tras la salida británica, sin embargo, barrunto que nada va a alterarse. Cierto es que, de ahora en adelante, el Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte ya no tendrá voz ni voto en las instituciones, de suerte que quedará en una situación similar a la de Noruega; cierto es que el inglés ahora será una lengua de miembros de menos peso y población –Malta e Irlanda (y, en este último, el primer idioma oficial es el gaélico)-; pero eso que se llama eurocracia ya está tan anglicanizada que no mudará de costumbres. Estoy seguro de que a ninguno de los eurócratas se les habrá pasado por la cabeza, en las últimas horas, un pensamiento del estilo de <<se lo decíamos todo en inglés y ellos, en agradecimiento, se largan>>. Y estoy seguro de que tampoco se tratará de instaurar un plurilingüismo moderado que devuelva su importancia a las consideradas cuatro principales lenguas de Europa (francés, español, alemán e italiano).
Es de notar que, en España, se ha hablado muchísimo de la salida británica de la UE, de suerte que algún extranjero descuidado que se hallara, de paso, aquí, no dudo que habría imaginado que éramos nosotros los que votábamos (esto es, que en vez de un brexit había una españida -si se nos permite forjar un término análogo-). Algunos periodistas, que se han percatado de ello, lo atribuyen al miedo a que la salida británica perjudicara nuestro comercio; pero otros –los menos- han hecho hincapié en que el Reino Unido es uno de los destinos hacia donde emigran los licenciados españoles, ya que, de un tiempo a esta parte, España exporta no sólo tomates y naranjas, sino también licenciados universitarios. Lo curioso es que, como siempre que se toca este asunto, nadie se para a reflexionar sobre por qué al otro lado del Canal de la Manga hace falta tanta gente con título y aquí sobra.
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